sábado, 3 de mayo de 2014

Su comienzo a la fama



Y todo comenzó con una tonada: "No tengo dinero ni nada que dar, lo único que tengo es amor para dar".
Con estos versos, allá por los años 70, se inició el éxito de Juan Gabriel.
En 1966 consiguió su primera oportunidad como cantante en el programa Noches Rancheras, en Ciudad Juárez, donde el conductor Raúl Loya lo bautizó con el nombre artístico de Adán Luna.
Gracias a que conoce a la cantante Queta Jiménez "La Pierta Linda", firmó con la disquera RCA Víctor y su vida cambió radicalmente, y de Adán Luna pasó a ser Juan Gabriel.
Hoy en día, Juan Gabriel es uno de los artista latinos más admirados y de los que mejor cobra, pues recibe un aproximado de 100 mil dólares por presentación.

Los inicios de su carrera



Juan era afi­cio­na­do a la mú­si­ca y en una ho­ja le di­bu­ja­ba a Alberto las te­clas de un pia­no, con eso le ex­pli­ca­ba las no­tas mu­si­ca­les. Tam­bién le en­se­ñó a to­car la gui­ta­rra. Él fue el úni­co que su­po por bo­ca del pro­pio can­tan­te la tris­te­za que és­te sen­tía por la le­ja­nía de su ma­dre. 
 Juan Ga­briel bus­có a su ma­dre y a su her­ma­na Vir­gi­nia, a quie­nes ayu­dó en el ne­go­cio de ha­cer bu­rri­tas de tor­ti­llas de ha­ri­na pa­ra ofre­cer­las en el cen­tro de Ciu­dad Juá­rez.

En es­tos tiem­pos, Juan Ga­briel com­pu­so su pri­me­ra can­ción: "La muer­te del Pa­lo­mo". Su her­ma­no Jo­sé Gua­da­lu­pe no le creía que fue­ra de él. Lo de can­tar es­ta­ba bien, pe­ro ya es­cri­bir un te­ma le pa­re­cía una exa­ge­ra­ción de adolescente.


su infancia





En su pue­blo na­tal, el pri­me­ro de la ru­ta, ape­nas pa­só siete meses de su vi­da. Era el más pe­que­ño de los 10 hi­jos de Vic­to­ria Va­la­dez y ahí vi­vió su pri­me­ra pér­di­da. Su pa­dre, Ga­briel Agui­le­ra, que­ma­ba un pastizal pa­ra lue­go po­der sem­brar maíz, pe­ro un día el fue­go se ex­ten­dió al te­rre­no de jun­to, lo que le pro­du­jo un gol­pe emo­cio­nal del cual nun­ca se re­cu­pe­ró y tu­vo que ser in­ter­na­do en el hos­pi­tal psiquiátrico La Cas­ta­ñe­da.


El res­to son es­pe­cu­la­cio­nes. Al­gu­nos ase­gu­ran que don Ga­briel es­ca­pó y bus­có a su fa­mi­lia en Pa­rá­cua­ro, pe­ro que nunca la en­con­tró por­que ya se ha­bía marchado a Juá­rez. Se dice, también, que al salir deambuló sin rumbo fijo. Otros más co­men­tan que mu­rió en el mis­mo hos­pi­tal.